Explorar el mundo en una autocaravana es simplemente la manera más educativa, participativa y moral que existe de viajar. Soy lo que soy gracias a las experiencias que he vivido y a lo que he aprendido de ellas, son realmente parte crucial de mi personalidad. En mis años de rutero, he aprendido a valorar los pequeños detalles, los pequeños gestos, a consumir racionalmente los recursos naturales para no malgastarlos, a respetar y conectar con el medio ambiente…He conocido mucha gente de diversas nacionalidades, unidas todas por el nexo común de la tolerancia y el amor hacia esta forma de vida. Lo que más me fascina es que no están asimiladas dentro de mi únicamente, además tengo el orgullo de estar transmitiendo a mi hija todos estos valores, toda esta forma de entender el mundo que se ha desarrollado en mi interior desde que realicé mi primer viaje en autocaravana, recién nacido.
Nuestra primera autocaravana, a la que por cierto llamábamos Winnie, presume de haber dormido en la cima de una montaña, a la sombra de un manzano y a orillas del mar. Presume de compartir conmigo y con los míos momentos inolvidables. Nos ha enseñado a ser muy conscientes de todas nuestras pertenencias. No compramos cosas que no necesitamos, aprendiendo a dar una pequeña patada al consumismo desenfrenado y nos ayuda a resolver nuestros conflictos (en los espacios pequeños, la comunicación adquiere un interés especial).
Una autocaravana te enseña a ser aseado. Un plato fuera del sitio no es gran cosa en una casa grande, pero en un espacio más pequeño puede ser un caos. La clave está en el orden.
En definitiva, nos adoctrina a sustituir las cosas superfluas de la vida por un amor hacia la naturaleza y la aventura, hacia lo natural, hacia la parte más sana de la vida.
Además compartimos muchos momentos en familia, decorándola con nuestra pequeña para fiestas especiales o cuando vemos animales, algunos en peligro de extinción, o los cambios constantes de entorno que facilitan la imaginación de nuestra pequeña; según el paisaje visto, nos narra alguna historia inventada de ogros o muñecos vivientes que nos hace la delicia del viaje. Y nuestra nueva Winnie, no consigue únicamente suscitar la parte creativa de la diminuta de la casa, también su lado más artístico. Le encanta cantar todo un elenco interminable de canciones por la emisora de radio… ¿Quién sabe? Igual tenemos a una pequeña gigante en la familia.
Mientras escribo esto no puedo dejar de sonreír, de revivir en mi mente todos esos momentos que ahora ya forman parte de mí y de los míos. Creo que todavía no termino de entender cómo puede ser que nuestra casa rodante se haya convertido, para nosotros, ya en uno más de la familia, pero así es, así de fácil.
Si siempre has pensado que algún día harías un viaje en autocaravana, no te pongas excusas. Decídete a probar una experiencia inolvidable con tu familia o amigos y a escribir, en un libro en blanco, la mejor de tus historias. ¿Te animas?